Fue en los años 60 cuando Chillida regresó de París en busca de su propio camino artístico. A su vuelta, se instalaron en una casa propiedad de una tía suya, que estaba situada al lado de una herrería. A Eduardo le llamaron la atención los ruidos que provenían de la misma, y un día decidió entrar. Se quedó maravillado al ver el fuego y a los hombres luchando con ese material, logrando esas formas... Poco a poco aprendió el oficio de la mano del herrero Illarramendi y al cabo de un año, decidió comprar un taller propio.
Chillida se incorporó al grupo artístico GAUR, y junto con Oteiza, Basterretxea... participó en el proyecto del Santuario de Arantzazu (Oñati). Él era el encargado de hacer las puertas de la basílica, pero no conseguía que éstas se cerraran. Con las puertas en el suelo, y con la ayuda de un mazo las golpeaba una y otra vez, sin obtener resultados. Un hombre de edad avanzada, que casualmente paseaba por allí se le quedó mirando y ante el problema, le ofreció su ayuda: cogió el mazo, asió un golpe a la puerta y ésta reaccionó; no quedó perfecta, pero se tensó como Chillida quería. Ese hombre era Patricio Echeverría.
Buscando la perfección, Patricio le ofreció llevarse las puertas a su fábrica. Eduardo solía recordar cómo se le abrieron de par en par: al entrar vio cómo una grúa levantaba 25 toneladas al rojo vivo, cómo los trabajadores retorcían hierros inmensos en un martillo gigante… y ahí fue cuando pensó que en esa fábrica podría hacer que su sueño si hiciera realidad: El Peine del Viento.
Patricio Echeverría, dueño de una de las empresas siderúrgicas más importantes del País Vasco, no sólo habilitó un pabellón para que pudieran realizar la escultura sino que formó un equipo con los diez mejores trabajadores y le regaló 25 toneladas de acero para poder llevar a cabo su sueño. Eduardo decía que las máquinas de la Gran Forja de Echeverría fueron la prolongación de sus brazos, porquele permitían llegar a unas escalas que con sus propias manos no alcanzaba.
En la fábrica Eduardo fue casi un trabajador más: él dirigía, pero si había que tirar o dar un golpe, nunca se quedaba atrás. Supo hacer equipo, y no sólo con estos diez pioneros, sino con muchos otros que fueron llegando más tarde. La relación con los obreros fue muy estrecha y humana, en muchos casos de amistad. “Eduardo era una persona muy cercana y trabajar junto a él fue un lujo”- Los obreros, ahora ya jubilados recuerdan con orgullo aquellos años, e indiscutiblemente se sienten parte de esas esculturas.
Los obreros recuerdan mil aventuras en la fábrica. La experiencia fue sin duda un intercambio de conocimientos: él les retaba a atravesar la línea de lo desconocido y les hablaba de la escala o del espacio; y ellos le proporcionaban técnica y saber hacer que él absorbía e integraba en su obra:
- En Legazpi, aprendió a ensamblar piezas como si de un mecano se tratara, con lo que consiguió escalas mucho mayores.
- En Legazpi, fabricaban aceros especiales y se fabricó uno exclusivamente para realizar las esculturas de Chillida, le llamaron RE-CO (resistente a la corrosión).
- En Legazpi, Eduardo aprendió la técnica de colgar las esculturas que luego utilizaría en muchas otras obras, como por ejemplo “Lugar de encuentros IV”, que actualmente se puede ver en ChillidaLeku, etc.
Los obrerosrecuerdan sobre todo a Eduardo, no como al gran escultor sino al “loco que nos volvía locos a nosotros para buscar lo más difícil, para hacer casi lo que no se podía hacer”. Tal es así que ninguno de ellos tiene un autógrafo, una foto ni por supuesto un dibujo de él “y nos hubiera firmado o hecho algo encantado, pero no le dábamos importancia, estábamos a lo que estábamos a sacar bien el trabajo, pero nos llevamos lo mejor, haberle conocido”. Los obreros destacan su sencillez y su capacidad para hacerles entender lo que él quería hacer. Contaba con todo el mundo, nadie era más que nadie, el gruista o el forjador podían tener ideas más brillantes que el encargado o ingeniero. Y sobre todo él siempre estaba dispuesto a escuchar, a conocer, a saber… “Nosotros aprendimos mucho con él, pero yo creo que él también aprendió con nosotros”, recuerda un obrero.
En esta fábrica de Legazpi se forjaron muchos más sueños, Toki-egin (Reina Sofía-Madrid), Música callada (Dallas), Puerta de la Libertad (Liechtestein), entre otras muchas obras. En todas ellas hubo un nuevo reto, nunca se repetía la misma escultura, y es algo que costó entender a los trabajadores que estaban acostumbrados a trabajar en serie en la cadena de montaje.
Fruto de esa relación de años de trabajo surgió la conexión de Chillida con Legazpi y es por ello que cuando en 1997 se crea La Fundación LENBUR, Eduardo no duda en ser uno de los fundadores. Para él ésta era la forma de agradecer todo el apoyo que había recibido durante tantos años.
La colaboración con la familia Chillida continuó y en el 2010 se fundó Chillida Lantoki.
Chillida Lantoki,en castellano el "taller" o "fábrica" de Chillida: un espacio único, una gran fábrica papelera convertida para mostrar el proceso productivo del escultor, tanto del hierro como del papel. Un espacio dedicado a la forja, al universo del fuego y el martillo, donde se exponen los elementos originales que formaban parte del taller del escultor, permitiéndonos visualizar el cambio que supuso para Chillida pasar de su fragua a la gran forja, y del taller a la fábrica.
Por todo esto, por lo que fue en su día y por lo que es hoy, el Ayuntamiento de Legazpi y LENBUR Fundazioa se unen a la celebración del aniversario de Chillida, ya que Legazpi y los-as legazpiarras nos sentimos orgullosos-as de haber sido partícipes de parte de su historia.